Esta novela es sin duda una de las más populares en Honduras, no por la perfección de su arte literario, sino por su valiente denuncia de las condiciones de explotación de los trabajadores hondureños por parte de las compañías bananeras norteamericanas. Su autor, Ramón Amaya Amador, quien trabajó por un tiempo en los campos bananeros como regador de veneno, al ingresar en el periodismo decidió denunciar las condiciones de explotación que él presenció de primera mano, lo que le ganó la antipatía del régimen dictatorial de Tiburcio Carías Andino quien defendía los intereses de las bananeras por lo que tuvo que salir exiliado del país.
Ramón Amaya Amador hace uso de su experiencia en los campos bananeros para elaborar su novela. El propósito del autor es crear una conciencia política que produzca un cambio social que mejore las condiciones de vida de los trabajadores hondureños.
Los campos bananeros son descritos
en la novela como una “prisión verde”, por la misteriosa atracción que ejercen
sobre los trabajadores que viven ahí, quienes, a pesar de ser explotados,
sienten el impulso a quedarse trabajando ahí a pesar de todas las dificultades.
Amaya Amador empieza su relato en el ambiente de una de las oficinas de las
compañías, en la que un “jefe gringo” Mister Still, intenta convencer al
terrateniente Luncho López para que le venda sus tierras a la compañía
bananera. En su intento para convencerlo le ayudan dos amigos de López: Sierra
y Cantillano, quienes ya vendieron sus tierras e intentan influenciar a su
amigo para que haga lo mismo, pero él se rehúsa tercamente.
Después de la reunión con los
terratenientes, aparece en mala facha el señor Martín Samayoa, quien después de
haber derrochado el dinero que le dio la compañía por su terreno, buscaba la
ayuda de Mister Still para que le diera un trabajo de capataz, pero éste lo
despreció y lo mandó a buscar trabajo de peón.
Desalentado por el desaire y sin
dinero, Samayoa tuvo la suerte de conocer al campeño Máximo Luján, quien lo
llevó a vivir a su casa, un lugar miserable en el que vivía con otros
trabajadores de la bananera y le consiguió trabajo como regador de veneno.
En cada episodio del libro siempre
hay alguna injusticia de parte de la Compañía que provoca la indignación de los
campeños. Aunque no todos tienen la misma conciencia de su situación, hay
quienes se han acostumbrado a la opresión, la ven como lo más normal del mundo,
y no protestan. Pero el grupo de Máximo Luján va adquiriendo cada vez más
conciencia social. En contra de los que proponen la violencia ciega como respuesta
a la opresión —como el viejo Lucio Pardo— Luján propone que la victoria de la
clase obrera reside en su capacidad de organización, y que hasta que no hayan
creado su propio partido político y derribado a la dictadura no podrá haber un
cambio en las condiciones de vida de los campeños.
Mujeres y niños en campos bananeros |
Al terrateniente Luncho López lo
convencen para que trabaje como productor independiente de banano, con un
acuerdo con la compañía. Luncho López se ilusiona con su nuevo papel de empresario
bananero, pero la compañía no le provee de los insumos acordados y le hace caer
en la ruina. Ahí se da cuenta que lo engañaron para hacerlo caer en la quiebra
para forzarlo a vender su propiedad. Pero López aun así se niega tercamente a
venderles. Ante esta negativa, el gobierno nacionalista interviene, y amenaza
quitarle sus tierras por la fuerza. Luncho López muere de tristeza, porque él
había sido un gran defensor de la dictadura nacionalista.
La situación de los trabajadores
empeora cuando suben de precio los productos de los comisariatos, que eran
propiedad de la misma compañía. A los trabajadores el gobierno les cobra
impuestos para crear escuelas y hospitales, y sin embargo no reciben ninguno de
esos servicios.
Cuando muere un conductor de una
grúa en un accidente, un jefe gringo se enoja con el difunto por echar a perder
la máquina con valor de miles de dólares y grita encolerizado: “¡Mejor se
hubieran matado cien desgraciados!”. Esto provoca una gran indignación de los
trabajadores que no soportan tantas vejaciones, por lo que deciden ir a la
huelga. Y deciden nombrar a Máximo Luján como director de esta, quien acepta el
cargo a pesar de que piensa que la huelga se ha hecho en forma prematura.
El libro se cierra con los amigos
recordando a Máximo Luján y su legado: “La prisión verde no es solo oscuridad.
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